Centenario del nacimiento del Prof. Antonio García Pérez (29 mayo 1923 – 31 mayo 2002).  “Impulsor del Museo Olavide”.

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Antonio García Pérez (1923-2002)

Durante el reinado de Alfonso XII, nació en Madrid Antonio García Pérez en el año 1923, concretamente el 29 de mayo en la calle Álvarez de Castro 15. Era el cuarto hijo varón de una familia de cinco hermanos. Su padre, Ramón García Herbst era ingeniero industrial, y trabajaba en una empresa de ferrocarriles nacionales, su madre, cuidaba de los siete miembros de la familia y también de la abuela materna y de una hermana de esta, invidente, que convivían con la familia. Su abuelo paterno, José María García Ducazcal fue catedrático de la Escuela de Comercio de Valladolid y el abuelo materno, Vicente Pérez González fue magistrado y escribió algunos libros bajo el pseudónimo de “Vipegón”. La familia paterna tenía raíces centroeuropeas. El bisabuelo paterno, Felipe Herbst, nació en Hayde (Bohemia, entonces de Austria-Hungría, ahora de Chequia). Ello dejó una importante impronta familiar ya que toda la familia tenía verdadera devoción por la música que oían a menudo en sesiones vespertinas a través de la radio. La ópera era para la familia el mejor divertimento y todos los hermanos mantuvieron su entusiasmo por esta afición a lo largo de toda su vida.

A los siete años de edad, comenzó su enseñanza en el colegio de San José, de los Hermanos Maristas (1930). Tres años más tarde, en junio de 1933, se examinó de ingreso de Bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros obteniendo matrícula de honor. En este colegio siguió el bachillerato durante los cursos de primero, segundo y tercero, este último año, que realizó en 1936, coincidió con la guerra civil por lo que, según cuenta, “viví en el Madrid de los bombardeos y del hambre, toda la llamada “batalla de Madrid”, oyendo los tiroteos y sintiendo los cañonazos y las bombas de las incursiones de la aviación, con no poco miedo, pero con mucha más hambre en mis 13 a 16 años. Perdí además esos tres años a efectos de mis estudios, porque, aunque intenté continuar estudiando en autodidacta, prácticamente no lo conseguí”.

Terminada la guerra, volvió a los Maristas del Colegio San José, donde hizo cuarto curso de bachillerato de mayo a octubre de 1939, pero al no poder seguir haciendo cursos intensivos, sus padres decidieron cambiarle al Colegio Calasancio de los PP Escolapios, donde hizo quinto y sexto de bachillerato en un solo curso (1939-1940). Una vez terminado el bachillerato, realizó el entonces llamado “Examen de Estado” que se hacía para obtener el ingreso en el Universidad y que aprobó en la primera convocatoria.

Empezó a estudiar Medicina en octubre de 1940. El primer año de la carrera de Medicina se llamaba “Preparatorio” y se estudiaba en la Universidad Central, en el viejo caserón de la calle de San Bernardo, antiguo noviciado de los jesuitas, en el que tenían su sede las Facultades de Derecho, Filosofía y Letras, y Ciencias. Las asignaturas eran: “Química para médicos”, “Física para médicos”, “Biología” y “Matemáticas”, El primer banco del aula se dejaba libre en honor de los estudiantes caídos y para las chicas, que entonces no eran más de tres o cuatro. Los estudiantes estaban obligatoriamente afiliados al SEU (Sindicado Español Universitario, adscrito a Falange) ya que había que presentar el carnet para matricularse. El segundo curso, 1941-42, se impartía en San Carlos, en el edificio construido por Godoy en los comienzos del siglo XIX. Comentaba que “era muy frecuente que al llegar al cuarto curso los estudiantes empezaran a “polarizarse” hacia algún servicio hospitalario donde “practicar” abandonando las clases teóricas. Esto, que sigue sucediendo en cierta manera, tiene su justificación en la “prisa” de ver enfermos, de sentirse médicos – y su justificación legal en la penuria de prácticas en la Facultad. Pero es un arma de dos filos: se precisa el contacto con una formación teórica y reglada que, se quiera o no, sigue siendo eje fundamental en la carrera. No fui excepción, y el verano de cuarto curso, o quizá antes, empecé a ir con mi hermano al servicio de Medicina Interna (aparato digestivo) de Don Manuel Arredondo en el Hospital de la Princesa. Pero aún se acentuó más el carácter de aquél verano porque en él solicité una plaza de alumno interno interino del Hospital provincial, plaza que obtuve con destino a San Juan de Dios. Ello marcó indeleblemente mi futuro”.

El Hospital de la Princesa era un hospital de finales de siglo, de una enorme tradición en Madrid, situado en la Glorieta de San Bernardo. “Era de los más prestigiados de Madrid. Tenía un jardín y claustro centrales del que irradiaban a ambos lados las salas en dos pisos. A la derecha, salas de hombres, a la izquierda, salas de mujeres. En el patio de entrada se situaban la administración y dirección, el cuerpo de Guardia y los quirófanos. En un anejo estaban situadas las consultas externas. Era entonces director Don Pedro Cifuentes, urólogo. Los internos empezaban haciendo guardias. Cuando llegaban, cenaban allí tortillas, filetes y arroz con leche que las monjas les habían preparado y se quedaban por la noche en las habitaciones, de los tres que habitualmente se quedaban de guardia por la noche (cirujano, interno y practicante)”. Al finalizar el cuarto curso fue nombrado alumno interno interino y, para su desilusión, destinado al Hospital de San Juan de Dios, Hospital de Dermatología y Venereología, del que apenas había oído hablar siendo su destino el Servicio del Dr. D. Felipe Sicilia.

Durante los últimos años de carrera alternó el Hospital San Juan de Dios con el de la Princesa y la Facultad. Tuvo grandes maestros de entre los que recordaba especialmente a Don Carlos Jiménez Díaz, profesor de Médica que, comentaba, “explicaba muy bien representando perfectamente sus clases, con muy buena oratoria nada afectada y con gestos muy personales”. En el año 1946 realizó las oposiciones a alumnos internos de la Beneficencia Provincial. Estas oposiciones eran con un programa de unos 80 temas, de los que 40 eran de asignaturas preclínicas y las demás, de clínicas y obtuvo el número 2, siendo asignado al Hospital San Juan de Dios.

Terminó la carrera en el año 1947 y siguió siendo alumno interno de la Beneficencia, cargo que se prorrogaba hasta la siguiente oposición. En 1948 hizo las oposiciones de médico interno para San Juan de Dios que aprobó con el número 1. El cargo era por cuatro años y eligió el servicio de Orbaneja. En esos años también asistió al Instituto de Investigaciones Médicas de Don Carlos Jiménez Díaz al servicio de Anatomía Patológica que llevaba don Manuel Morales, donde aprendió la técnica histológica y donde llevaba las biopsias del servicio de Orbaneja para cortar y teñir. En aquella época, coincidió en el laboratorio de Don Carlos con Begoña Bravo Ramírez – con la que se casó en 1951 que estaba realizando un curso y que posteriormente trabajó en el Laboratorio del Dr. Arjona, en la Clínica Jiménez Díaz y también en San Juan de Dios.

Ingresó en la Academia de Dermatología el año 1947, recién terminada la carrera que casi coincidió con una renovación de la Junta Directiva, que presidía Gay y en la que entró ese mismo año como secretario de Actas.

En 1950 obtuvo la plaza de oposición de la Lucha Antivenérea, y pidió la plaza de “Subdirector” del Sanatorio Leprológico de Trillo que estaba recién instalado allí desde Fontilles, al devolver este a los Jesuitas. (1943). Tenía que simultanearlo con la plaza de médico interno en San Juan de Dios, de forma que iba a Trillo de viernes a domingo. Fruto de aquel trabajo en Trillo fue la Tesis Doctoral sobre “Leprorreacciones”, de la que, curiosamente, no se conserva ningún ejemplar y que presentó en Madrid en junio de 1952. Posteriormente realizó el libro de “Lepra” con Orbaneja (1953 (Ed. Paz Montalvo). Obtuvo la Beca March con la que hizo un estudio de las lesiones nerviosas y tróficas de la lepra.
En 1954 se acababa su contrato en el Hospital San Juan de Dios por lo que decidió hacer una oposición para director de una leprosería en el Protectorado de Marruecos que el estado iba a montar en Larache. Obtuvo la plaza y se fue a Larache con su mujer y sus dos hijas de corta edad (2 años y 2 meses respectivamente). La leprosería tenía veinte o treinta enfermos. D Antonio aspiraba a instalar un laboratorio en el despacho que tenía y contaba con la ayuda de una enfermera y un enfermero musulmanes además de un “asistente”. Además pasaba una consulta de dermatología en la que veía patología muy variada e importante. En Larache solo permaneció durante meses. La vida allí era muy dura, el estado no le proporcionaba material para que la leprosería funcionara y el final del Protectorado era inminente por lo que volvió a Madrid y siguió como subdirector de Trillo y pasando consulta de especialista del Seguro en Guadalajara.

En 1958 hizo oposiciones al Seguro de Enfermedad quedando inscrito en la llamada Escuela Nacional como especialista. En 1960 realizó nuevas oposiciones, esta vez para obtener la plaza de Jefe clínico de San Juan de Dios, y ya en enero de 1962 se celebraron las oposiciones de la cátedra de Salamanca en la que obtuvo la primera plaza con cuatro votos en la primera votación. En ella estuvo desde 1962 hasta 1975.

La cátedra de Dermatología de Salamanca no había sido dotada hasta entonces por lo que tuvo que montarlo todo desde el inicio: docencia, clínica, investigación… Allí contó con muy buenos colaboradores. Fue una etapa muy fructífera de la que salieron numerosas Tesis Doctorales, Tesinas de Licenciatura, trabajos para revistas y colaboraciones en numerosos congresos nacionales y extranjeros además de reuniones y congresos dirigidos por él en Salamanca.

En política universitaria, estuvo en la asamblea de Catedráticos de Medicina de Sevilla, en el año 1966-67 en la que se empezaron a elaborar los convenios de las Facultades, los Hospitales y la Seguridad Social que posibilitaron la financiación de los Hospitales Clínicos, aunque, en opinión de D. Antonio fue a base de cederlos y dejarlos demasiado entregados a la Seguridad Social. Fue Director del Hospital Clínico de Salamanca desde 1966 a 1969.

En aquellos años, coincidiendo con el Mayo de 1968 en Paris, surgieron las primeras posturas contestatarias antifranquistas, que partieron de los estudiantes de la Universidad. El entonces decano de la Universidad, Prof. Zamorano, le nombró Vicedecano y Jefe de Clínicas del Hospital. Posteriormente, el Rector Prof. Lucena le nombró Vicerrector, junto con Pablo Beltrán de Heredia, de Derecho. Se encargó de cuestiones de Investigación y Becas. Después continuó como Vicerrector con el Prof. Julio Rodríguez Villanueva. Desde allí, defendió a un grupo de Profesores no numerarios (llamados entonces PNN) que iban a ser expulsados por el Ministerio, y consiguió que ninguno de ellos fuera dado de baja.

En 1975 se trasladó a la Cátedra de Sevilla donde permaneció durante cinco años. El único Hospital Universitario que había entonces (ahora Virgen Macarena) estaba recién construido, ya en convenio con la Seguridad Social. La actividad “asistencial” de la Cátedra era enorme y muy variada y siempre comentó D. Antonio que no la había visto semejante desde los tiempos en los que trabajó en San Juan de Dios. Claro que todo eso fue al final de su estancia en la ciudad ya que al principio, en diciembre de 1974, la consulta tenía 6 u 8 pacientes en días alternos y posteriormente pasó a tener más de 50 diarios en su época. D. Antonio controlaba todo, veía todos los pacientes nuevos cada día en la llamada “Consulta general”, pasaba sala a diario, (había entonces un ala entera con 28 camas de Dermatología en el Hospital V. Macarena), realizaba y controlaba los informes de los pacientes y daba las clases rutinarias personalmente (mínimo tres a la semana durante todo el curso).

En el curso 1976-77 puso en marcha una iniciativa pionera junto con el Prof. Evelio Perea que fue el “Centro de diagnóstico de enfermedades de transmisión sexual” concebido para estudiantes y que llevaban con entusiasmo algunos dermatólogos del Servicio por las tardes, tras finalizar su jornada habitual y de manera desinteresada (José Carlos Moreno, Antonio Rodríguez Pichardo, Ana Pérez Bernal, Silva, Ascensión Romero).


Fue Vicedecano de Extensión Universitaria de la Facultad de Medicina de Sevilla desde septiembre 1976 a febrero 1977 y en la votación para elegir Decano, salió por unanimidad aunque los estudiantes se ausentaron de la votación “en señal de duelo” ya que ésta se realizó el día siguiente de la masacre de los abogados laboralistas de la calle de Atocha. Estuvo en el Decanato hasta diciembre de 1978.

Fue un docente absolutamente vocacional, que se preparaba las clases con gran rigor y dedicación y al que le encantaba el trato con los estudiantes y con los posgraduados. Tenía además gran facilidad de palabra y sus explicaciones eran claras, precisas y muy didácticas. Prueba de ello es que su clase que habitualmente ocupaba el horario entre las 14 y las 15 horas, estaba siempre llena y muy a menudo, alumnos de otros cursos iban a escucharlas solo por el placer de oírle. Era un gran admirador de la Institución Libre de Enseñanza y de D. Giner de los Ríos, siendo la obra de este una de sus lecturas favoritas y toda su metodología de enseñanza estaba basada en este autor y en esta Institución. De la misma forma siempre rehuyó de la llamada “enseñanza bancaria” que evita la comunicación y el diálogo y únicamente se basa en esfuerzos memorísticos. Fue de los primeros catedráticos en dar clases con diapositivas clínicas (no le gustaban las de texto) y exponiendo historias clínicas reales de pacientes cuya patología y tratamiento explicaba a continuación.


La Universidad siempre fue para él un lugar al que dedicó todos sus esfuerzos para conseguir armonía entre los estamentos y atender a las necesidades cambiantes cada año y que estaban empezando a modernizarse. Ello le costó algún disgusto como cuando impidió en pleno régimen franquista, la entrada de los guardias a caballo (“los grises”) en el recinto universitario de Salamanca poniéndose literalmente delante de los caballos a las puertas del edificio. Su postura sin embargo no fue siempre bien entendida ya que mientras para algunos era demasiado liberal, otros le tachaban de demasiado conservador.

Prueba de su compromiso con la Universidad fue que desempeñó varios cargos en las tres Universidades en las que ejercicio su Cátedra. Así fue Vicedecano de la Facultad de Medicina de Salamanca desde 1969 a 1972, Vicerrector de la Universidad de Salamanca desde junio 1972 a diciembre de 1974, Vicedecano de la Facultad de Medicina de Sevilla desde septiembre 1976 a febrero 1977, Decano de la Facultad de Medicina de Sevilla desde febrero 1977 a diciembre 1978 y Vicedecano de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense desde 1983 a 1986.

En 1980 se trasladó a la Cátedra de Dermatología de la Universidad Complutense de Madrid y aunque fue jubilado por decreto en 1988 a los 65 años de edad, continuó con labores docentes y asistenciales desde esa fecha hasta 1995 como Catedrático Emérito.

En Madrid fue Jefe de Departamento del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y desde 1984 hasta 1986, Director del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. Durante sus años en Madrid su labor docente y asistencial fue muy rica y participó en numerosos Congresos y reuniones.
Fue Presidente de la Academia Española de Dermatología durante los años 1982 a 1986. Una de sus huellas se dejó clara en la restructuración de la revista Actas Dermatosifiliográficas cuya redacción, presentación y sobre todo contenido cuidó de manera exquisita.

Fue delegado de España en la Unión Europea de Médicos Especialistas, sección de Dermatología y Venereología (1983 – 1988), Vicepresidente del Colegio Ibero-Latino-Americano de Dermatología (1976 a 1982), Miembro fundador del Grupo Español para Investigación en Dermatitis de Contacto (GEIDC), filial del International Contact Dermatitis Research Group (ICDRG) desde 1976, Miembro de Honor de la Société‚ Française de Dermatologie desde 1980, Miembro de Honor de la Sociedad Argentina de Dermatología desde 1981, Miembro de Honor de la Sociedad Dominicana de Dermatología (1984), Miembro de la Federación Bolivariana de Dermatología (1983), Miembro de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina desde 1984, Miembro honorario de la Norvegian Society of Dermatology (1987), Miembro honorario de la Helenic Society of Dermatology (1987), Miembro fundador de la European Academy of Dermatology and Venereology, Luxembourg 1987, Miembro de la European Contact Dermatitis Society (1988).

En 1989 pronunció su discurso de ingreso en la Real Academia Nacional de Medicina que tituló “Ciencia y anécdota en el eczema de contacto”. Ocupó el sillón nº 18. Su colaboración con esta institución fue muy estrecha. Dio numerosos discursos sobre temas actuales que no se restringían a la Dermatología o a la medicina ya que también le interesaban mucho los aspectos históricos y lexicológicos en relación con los anteriores.

Convencido de la importancia y necesidad de la que la RANM tuviera un diccionario médico, dedicó un gran esfuerzo en la tarea de realizarlo coordinando la elaboración del mismo. No pudo ver la obra finalizada pero no cabe dudad de que se trata de una magnífica tarea. (“Diccionario de Términos Médicos de la RANM” Ed. Médica Panamericana 2012). Otra idea que quiso llevar a cabo desde la RANM fue la rehabilitación de todos aquellos que fueron expulsados de la Institución con motivo de la Guerra Civil pero esto último no logró realizarlo.

Lector infatigable desde su infancia, dedicaba muchas horas a la historia, el ensayo, la filosofía, aunque leía todo tipo de géneros. Tenía grandes cualidades como escritor que hacían que su lectura fuera amena y comprensible. Ello era fruto de las sucesivas correcciones que realizaba de lo que llamaba el “monstruo” primitivo. Era para él una labor grata aunque muy trabajosa Del cuidado que prestaba a la redacción de sus textos da fe el hecho de que don Fernando Lázaro Carreter pusiera su obra Dermatología clínica como ejemplo de literatura médica escrita con claridad y corrección.

Fue un gran docente que desarrolló además de los puestos de gestión y política universitaria una gran labor como médico clínico y humanista. Su espíritu amigable y dialogante sin duda ha dejado huella en los que le conocieron y que siguen recordándole muchos años después de su fallecimiento. Este ocurrió el 31 de mayo de 2002 en Madrid causado por un linfoma.

Escrito el año 2020 por Begoña Garcia Bravo hija del profesor D. Antonio García Pérez

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