Restauración

Tras el cierre del Museo en 1966-67, las esculturas de cera  fueron embaladas y almacenadas en diferentes ubicaciones, a menudo desconocidas  cayendo poco a poco en el olvido. Durante más de 40 años permanecieron encerradas en cajas de madera, en unas condiciones pésimas de conservación. Es en el año 2005, cuando el Museo Olavide se “descubre” de nuevo.

Cuando se trasladó a su presente ubicación y se abrieron las cajas, resultó evidente que el estado en que se encontraban los moldes de cera, era lamentable.

Los restauradores David Aranda y Amaya Maruri trabajando en el taller del Museo Olavide

A pesar del esmero puesto por Rafael López Álvarez para el embalaje y la conservación de las piezas, su largo recorrido en el tiempo y los múltiples avatares a los que han sido sometidas, hacen que lleguen a nosotros en peores condiciones que las que realmente hubiera querido el propio escultor.

Además de la gruesa capa de polvo que las cubre, en muchas de ellas, hallamos restos orgánicos de animales muertos, como gatos o ratones que al descomponerse han deteriorado ostensiblemente el material. Grietas, fracturas, deformaciones y pérdida de color son algunos de los daños a los que nos enfrentamos. Pero no sólo de la cera: otros materiales que también componen la obra como la madera, la tela y especialmente, el papel, han sufrido grandes daños.

Recuperar  la misión didáctica de estas obras es nuestro gran reto. Quizás, y afortunadamente,  muchas de las patologías representadas ya no puedan reconocerse en la clínica actual pero  sirven de testimonio para el acercamiento a la cultura dermatológica y la evolución que ha acompañado a la medicina hasta nuestros días.

Herpétide maligna exfoliativa antes y después de la restauración