"El país, la sociedad, la ciudad misma producían golfos, hampones, descuideros, prostitutas, hombres desamparados, niños famélicos, de modo incontrolado.Ni la caridad mecánica de la Casa de la Doctrina, ni las organizaciones obreras, pequeñas todavía, ningún tipo de asociación benéfica o humanitaria podía remediar o paliar tanto desamparo".
"La Busca". Pío Baroja
Toda esa clase emergente y marginal carente de los derechos básicos necesitaba encontrar su sitio en el nuevo siglo que comenzaba. Aún así, para paliar males y controlar las posibles epidemias, el gobierno impulsó medidas sanitarias con la creación de nuevos hospitales para gente de baja condición y reubicación de otros centros, ya anticuados. Este es el ejemplo del Hospital San Juan de Dios.
Fundado en 1552 por Antón Martín, se dedicó desde su creación a las enfermedades venéreas y de la piel. Su ubicación se presentaba entre la calle Atocha y la plaza que toma el nombre de su fundador.
El viejo caserón del hospital, tuvo una inevitable aureola de misterio y de leyenda negra debido por una parte al tabú que inspiraba la prostitución y por otra, a la rígida moral victoriana que impregnaba dicha época.
El famoso escritor y novelista Pío Baroja en su novela “El árbol de la ciencia” describe este mismo Hospital de la siguiente manera:
“...el hospital aquél, ya derruido por fortuna, era un edicio, inmundo, sucio, maloliente; las ventanas de la sala daban a la calle de Atocha, y tenian, además de las rejas, unas alambreras para que las mujeres recluídas no se asomaran y escandalizaran. De este modo no entraba alli ni el sol ni el aire...”
A finales del siglo XIX el edicio del hospital estaba ya muy viejo y saturado. Esto, unido al hecho que el creciente urbanismo del momento no viera con buenos ojos la localización de un hospital de venéreas en el centro de Madrid, llevaron a la Diputación de Madrid a construir un nuevo edficio ya en las afueras, en la calle Dr. Esquerdo. El 21 de septiembre de 1897 tuvo lugar el traslado al nuevo establecimiento formado por una curiosa comitiva compuesta por una procesión de carretas que transportaban a los enfermos y los cánticos y risas de las mujeres de vida alegre que, como en un mal sueño, dejaban atrás las lóbregas estancias con rejas y celosías del antiguo hospital, que más que un hospital, en ocasiones, parecía una cárcel.
El nuevo edificio contaba al inaugurarse con ocho pabellones, con capacidad para 850 camas. Además, existía un oratorio, laboratorio de farmacia, depósito de cadáveres, capilla, escuela, lavadero y secadero y celdas de corrección.
Existía, además, un museo dedicado a reproducir en cera las enfermedades cuyo interés científico era relevante. Su creador fue el ilustre dermatólogo José Eugenio Olavide, por lo que se le puso su nombre al museo en su honor. En su especialidad era considerado el primero del mundo, en competencia con su análogo de Saint-Louis de París.
La llegada de los salvarsanes y el bismuto y posteriormente, tras la II Guerra Mundial la utilización masiva de la penicilina para el tratamiento de la sífilis, fueron vaciando, poco a poco, el hospital. La reforma de la sanidad pública junto con la necesidad de reubicar los antiguos centros hospitalarios de la Diputación, lo condenó a la clausura. El ahora decadente Hospital San Juan de Dios estaba ya bastante integrado en la estructura urbana de la ciudad, como consecuencia del gran desarrollo demográfico de la capital durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y la mejora de las comunicaciones.
El Hospital San Juan de Dios cerró sus puertas probablemente a finales de 1966, desapareciendo así el principal referente dermato-venereológico de España durante más de 400 años. Alguna de sus instalaciones y terrenos se reutilizaron para pasar a formar parte de la Ciudad Sanitaria Provincial Francisco Franco – actual Hospital Universitario Gregorio Marañón.
Su herencia, sin embargo, continúa vigente a día de hoy.